Hay que dejarles a las cosas,
su propio, tranquilo, ininterrumpido desarrollo
que proviene de la profundidad del interior,
que no puede ser apurado ni acelerado por nada;
todo se trata de gestar –y luego dar a luz…
Madurar como el árbol, que no apremia su savia
y confiado permanece erguido
en las tormentas de primavera,
sin miedo,
a que después no pueda llegar el verano.
¡Desde luego que llega!
Pero llega solo para los pacientes,
que ahí están, como si la eternidad estuviera ante ellos,
tan despreocupados, apacibles, amplios…
Hay que tener paciencia,
con lo irresuelto en el corazón,
e intentar amar las preguntas por sí mismas,
como habitaciones cerradas,
y como libros escritos en una lengua muy extraña.
Se trata de vivir todo.
Si vives las preguntas,
tal vez, poco a poco, sin darte cuenta
un día extraño,
estás viviendo las respuestas.